Ya desde el
sexenio de Miguel de la Madrid (1982-1988), México fue sufriendo un cambio
paulatino en su devenir, una nueva visión iniciaba, en la que preponderó el
crecimiento económico sobre cualquier otra esfera y se potenció posteriormente
con la llegada de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994). Es en este último
sexenio cuando comenzaron los cambios más drásticos en la historia de México en
el ámbito económico: se dio cabida al Tratado de Libre Comercio con Estados
Unidos y Canadá y se cayó en la crisis del 94.
El plan de
reformar al Estado dio como resultado la privatización de muchas empresas
importantes como Teléfonos de México o diversas entidades bancarias. En el ámbito más cercano a la cinematografía
se privatizaron dos canales de televisión, los estudios de cine América y la
Compañía Operadora de Teatros. Las riendas del cine nacional cambiaron ahora a
cargo del Conaculta, entonces llamado CNCA, lo cual tuvo como consecuencia que
el cine no se tomar en cuenta en el TLC, pues la cultura quedó fuera del pacto.
Lo anterior
también causó que se ingresara más producción de los países del norte a
territorio mexicano y las salas de exhibición se llenaran en su mayoría con
películas extranjeras, dejando la exhibición local en último lugar y la
producción anual también disminuyó en comparación con la década anterior. Algo
que se impulsó con la entrada del nuevo modelo económico en el país fue la
desintegración de la industria al mando del Estado y fondos cinematográficos
que hasta entonces había, para dar cabida a un alto porcentaje de entrada de
películas extranjeras.
Es así como la
Ley Federal de la Cinematografía en 1992 redujo sistemáticamente el tiempo en pantalla
para cintas mexicanas, de un 50% que se manejaba en sus inicios en la década de
los cuarenta llegó hasta un 10% para el año de 1997. Todo esto, acorde a abrir
las puertas para la libre competencia que se había iniciado con el TLC.
En general, la transformación
que se dio en el cine durante la última década del siglo XX fue radical,
notoria y polémica. Hasta finales de los 80s el cine mexicano aún estaba en
crisis, sobre todo de contenidos y exhibición por el rechazo del público. La
realidad social cambió vertiginosamente sobre todo a finales del sexenio de
Salinas con la crisis económica y esto también tocó la visión reflejada en el
cine, pues las películas comenzaban a representar asuntos más cercanos a la
situación social del país y a cuestionarla. Ya cerca del fin de la década, el
cine comienza a tocar temas de crítica hacia el gobierno como lo hizo La Ley de
Herodes, de Luis Estrada, en 1999.
Los años noventa
fueron un parte aguas en la historia del cine mexicano hacia una nueva época
donde despuntaría a escala internacional, además de dar pauta para que una
nueva generación de cineastas comenzara con propuestas novedosas y a apostar
por encontrar nuevos públicos en festivales internacionales. Dicha generación,
en su mayoría provino de escuelas de cine, que para entonces tomaron mucho auge
y a las cuales se les apoyó con recursos del Estado.
La producción se
vio favorecida de cierta manera también con la modalidad de Ópera Prima en el
CUEC, que promovía la producción anual de películas nuevas realizadas por los
alumnos de la institución.
La principal
causa del decaimiento en la producción cinematográfica fue que a inicios de la
década desapareció toda institución bancaria ligada a la cinematografía y la
producción estatal de cine se desligó completamente de la industria, quedando
como únicas opciones la producción mediante fondos privados o a través de las
escuelas de cine. Es hasta finales de la década que comienzan a surgir las
nuevas modalidades para una nueva producción: los fondos de cine como el
Foprocine y Fidecine en 1997 y 1998. Esto ayudó que se consolidaran proyectos y
el cine mexicano cobrara aún más fuerza y ganara públicos.
Pero durante los
primeros años de los noventa la producción estuvo en declive. De un promedio de
100 películas al año que se hacían en la década anterior, se cayó hasta la
cifra de 14 cintas en el año 95. El número de productoras se redujo
considerablemente, así como el de distribuidoras, quedando como las más
importantes empresas transnacionales como Columbia Pictures y UIP, así como
Videocine de Televisa, quien también se convirtió en una importante empresa
productora de cine que poco a poco ayudó a su monopolización.
Así el panorama
económico que cubría a los nuevos cineastas egresados de las escuelas, quienes
necesitaban un ámbito en que desarrollarse. Todo esto no fue impedimento para
que la producción, aunque escasa, se volviera más atractiva para el público
mexicano y alcanzara una gran fama incluso internacional. Sin embargo, otro
gran problema o cambio también se daba en el rubro de la exhibición, pues el
número de salas disminuyó y las salas se fueron monopolizando poco a poco
anteponiendo siempre la exhibición extranjera.
Para sorpresa de
mucha gente algunas películas salieron a flote con ingresos inesperados en
taquillas o largos tiempos de exhibición, tal es el caso de Sexo, pudor y lágrimas, La ley de Herodes o Como agua para
chocolate. El nuevo cine mexicano comenzó a dignificarse y a revertir la
reputación que se había ganado con el cine de ficheras que le antecedió. Las
películas Danzón, El callejón de los milagros o La mujer de Benjamín, también fueron
películas notables que destacaron en esta nueva ola. La visión de los cineastas
buscaba nuevas formas narrativas y propuestas para ayudar a salir de la crisis
en la que había caído el cine. Los nombres de realizadores que hicieron esto
posible fueron, entre otros, María Novaro, Carlos Carrera, Luis Estrada o
Gabriel Retes.
Los temas que se
trataron en estas cintas parecieron novedosos y más cercanos al público, ya
había más identificación pues en ciertos casos se encontraban ciertos rasgos de
identidad, crítica política y el erotismo tocado de una manera más abierta y
“artística”. Es por ello que el cine mexicano logró que su público se acercara
a la pantalla grande y que ganara más adeptos.
Lo que había
comenzado ya nadie lo podría parar, aún a pesar de la adversidad económica y
los problemas aún no resueltos, esta etapa dio paso para que en la década
posterior se despuntara aún con mayor fuerza y para que nombres tanto de
realizadores como de actores se escucharan en escala internacional.
Por : Sandra de Santiago Félix
Bibliografía:
Gómez García, Rodrigo. “La industria cinematográfica mexicana
1992-2003: estructura, desarrollo, políticas y tendencias”, en Estudios sobre las culturas contemporáneas,
Época II,. Vol. XI, no. 22, diciembre 2005, Universidad de Colima pp. 249-273.
Hinojosa Córdova, Lucila. El
Cine mexicano. De lo global a lo local, Trillas, México, 2003, 128 pp.
Sanchez Ruiz Enrique. “Cine y globalización en México. El
desplome de una industria cultural”. En
Comunicación y Sociedad, núm. 33, mayo-agosto 1998. UdG. Pp.47-91.
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